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quarta-feira, 4 de fevereiro de 2009

Mi Buenos Aires querido

Buenos Aires… cuando se escucha el nombre de esa ciudad es como si algo fuera encantado (¿por qué no decir que aparezcan sentimientos de admiración y curiosidad también?). Buenos Aires es una mezcla de sentimientos. Ella te despierta el amor y el odio; alegría y tristeza. Así es Buenos Aires: una contradicción. Y eso la hace un lugar único.

Ella es aquella mujer seductora de quién te enamorás; ella te seduce y después te abandona. Justamente como las mujeres tangueras. Pero ella no es solamente la ciudad que fue el panorama de los tangos y de los cuentos de Borges. Buenos Aires es tambien la ciudad de los cafés desparramados por casi todas las esquinas; es la ciudad de las señoras que pasean con sus perros y de la nueva generación… un poco “emo” y “flogger”.

Buenos Aires es la elegante ciudad de los afortunados que viven en Palermo (¡y cuántos Palermos! Hay Palermo Soho, Hollywood, Viejo), en Recoleta u en Puerto Madero. También es la ciudad del barrio “La Boca”, fundado por los inmigrantes y que hoy es un punto turístico obligatorio por contener el famoso “Caminito” y por ser donde está ubicado el estadio del equipo de fútbol Boca Juniors. Ella es aún la ciudad de los “conventillos” que aparecieron en la década de 90 cuando los inmigrantes (la mayoría compuesta por peruanos y bolivianos) fueron a Argentina en busca de una (supuesta) mejor calidad de vida.

Pero lo que tal vez Buenos Aires tenga de más encantador (y al mismo tiempo aterrador) son los argentinos. Ellos tanto pueden ser muy simpáticos, las personas más gentiles del mundo como, todavía, los más estupidos (¡boludos!). En el transito, ellos se transforman. Entonces, es en ese momento, que escuchás (¡y aprendés!) muchas “malas palabras”.

Mucho cuidado cuando vaya a cruzar la calle. Si ellos tuvieran la oportunidad, van a atropellarte. Pese que la nueva ley de transito esté en vigor desde 1 de enero de 2009. Ellos no respetan los peatones. Ellos son tan individualistas al punto de no importales si vos estás en el medio de la calle mientras el semáforo se volvió verde.

Pero, si tenés dudas, si preguntás si debés hablar con un argentino… ¡hacelo! La peor cosa que puede ocurrirte es que ellos no sean muy cordiales, mas, con el tiempo, vas a acostumbrarte.

Tal vez (tal vez no, seguramente) Buenos Aires sea eso calderón de diferencias a causa de la inmigración que empezó en el final del siglo XIX. Italianos, rusos, alemanes, judíos, españoles… todos cruzaron el océano y vinieron para América del Sur buscando una vida mejor. Y esa mezcla de cultura, de orígenes resuelta en rasgos y en el acento de los argentinos.

En Buenos Aires, hacia donde vinieron los inmigrantes con el objetivo de poblar la desplobada ciudad del siglo XIX. Podemos ver morochos de ojos oscuros o rubios de ojos muy claros. Pero, cuando habla, percibimos al acento porteño similar al de los italianos, más específicamente al acento de los napolitanos.

Y es de esa mezcla de italiano con español que nació el “lunfardo”, algo como el “verlan” en Francia. El lunfardo era el lenguaje de los “astutos” que vivían en los cabarets, de los que escribían y bailaban tango. “El mayor producto de exportación del país” – el tango – se volvió famoso después de haber sido aceptado en Francia. Hoy las cosas cambiaron. El tango ahora es electrónico. Las personas no lo escuchan tanto. Ahora los hits son la “cumbia” y el “reggaeton”.

Buenos Aires ya no más es aquella ciudad de clase media donde se vivía tranquilamente. En ciertos barrios es preciso tener cuidado al caminar por la noche. Las personas están más cautelosas para no ser robadas; el tránsito es caotico y hay mierda de los perritos por la acera. Ahora los argentinos tienen que compartir el espacio con las “villas”.

Por más que extrañes tu país, cuando dejás Buenos Aires vas a sentir el corazon apretado. Llorá, llorá por la Argentina, pues ella lo merece. Ella no puede llorar por vos, pero vos podés y debés llorar por ella. Si ella hablara, ella te diría: “¡Llores por mi, la Argentina!”

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